Aunque pueda resultar una obviedad, hay veces que la humanidad se olvida que el hombre no nace grande. Por más responsabilidades o virtudes que tenga una criatura de corta edad, ese ser no deja de ser un niño. Para llegar a ser adulto se necesita crecer, desarrollarse, atravesar experiencias de todo tipo y alcanzar un grado de madurez para el cual hace falta tiempo.
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Las pequeñas memorias Una vez que la infancia y la adolescencia quedan atrás, el individuo comienza a interactuar con el mundo a partir de una personalidad consolidada y un pasado que, para bien o para mal, lo ha marcado para siempre.
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Pese a las obligaciones del mundo adulto, siempre queda, en algún rincón de nuestro ser, algún rastro del niño que alguna vez fuimos. Por eso, por ejemplo, a algunos les encanta leer libros infantiles, otros disfrutan juegos o pasatiempos de sus primeros años y hasta hay quienes se animan a volver a la calesita con la excusa de acompañar a sus hijos.
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En José Saramago, esa necesidad de mantener presente su pasado dio lugar a un libro repleto de recuerdos, en el cual se dio el permiso de volver a sentirse un niño.
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La obra que elaboró el autor bajo esta licencia que tiene mucho de ficción pero se respalda en la realidad se denomina “Las pequeñas memorias”. En sus páginas, el lector puede encontrar anécdotas de la infancia y adolescencia del creador de “El viaje del elefante” contadas desde la perspectiva de un niño que se vale de la palabra y los recuerdos para explicarle al mundo quién es y por qué es como es.
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Por sus características, “Las pequeñas memorias”, más que un repaso por gran parte de la vida del escritor portugués, es una llave que le permite a sus seguidores traspasar la puerta que separa el universo adulto de la etapa infanto-juvenil. Gracias a estas confesiones, Saramago deja de ser una figura inalcanzable para pasar a ser un hombre de carne y hueso que conoció las maravillas e inconvenientes de dos periodos tan fascinantes como difíciles de atravesar.
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