domingo, 31 de julho de 2016

Mahmud Darwish - Bilhete de Identidade

* Mahmud Darwish

Escreve!
Sou árabe
e o meu bilhete de identidade é o cinquenta mil;
tenho oito filhos
e o nono chegará no final do Verão.
Vais zangar-te?

Escreve!
Sou árabe.
Trabalho na pedreira
com os meus companheiros de infortúnio.
Arranco das rochas o pão,
as roupas e os livros
para os meus oito filhos.
Não mendigo caridade à tua porta,
nem me humilho nas tuas antecâmaras.
Vais zangar-te?

Escreve!
Sou árabe.
Sou um homem sem título.
Espero, paciente, num país
em que tudo o que há existe em raiva.
As minhas raízes,
foram enterradas antes do início dos tempos
antes da abertura das eras,
antes dos pinheiros e das oliveiras,
antes que tivesse nascido a erva.

O meu pai descende do arado,
e não de senhores poderosos.
O meu avô foi lavrador,
sem honras nem títulos,
e ensinou-me o orgulho do sol
antes de me ensinar a ler.
A minha casa é uma cabana,
feita de ramos e de canas.
Estás feliz com o meu estatuto?
Tenho um nome, não tenho título.

Escreve!
Sou árabe.
Roubaste os pomares dos meus antepassados
e a terra que eu cultivava com os meus filhos;
não me deixaste nada,
apenas estas rochas;
O governo vai tirar-me as rochas,
como me disseram?

Escreve, então,
no cimo da primeira página:
a ninguém odeio, a ninguém roubo.
Mas, se tiver fome,
devorarei a carne do usurpador.
Tem cuidado!
Cuidado com a minha fome,
Cuidado com a minha ira! 

http://notas-ao-acaso.blogspot.pt/2010/06/bilhete-de-identidade-mahmud-darwish.html

MAIS POESIA DO AUTOR EM  http://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Diario/poemas_darwish.html

sexta-feira, 29 de julho de 2016

António Gedeão - Impressão Digital

* António Gedeão

      Os meus olhos são uns olhos,
     e é com esses olhos uns
     que eu vejo no mundo escolhos,
     onde outros, com outros olhos,
     nao vêem escolhos nenhuns.

     Quem diz escolhos, diz flores!
     De tudo o mesmo se diz!
     Onde uns vêem luto e dores,
     uns outros descobrem cores
     do mais formoso matiz.

     Pelas ruas e estradas
     onde passa tanta gente,
     uns vêem pedras pisadas,
     mas outros gnomos e fadas
     num halo resplandecente!!

     Inutil seguir vizinhos,
     querer ser depois ou ser antes.
     Cada um é seus caminhos!
     Onde Sancho vê moinhos,
     D.Quixote vê gigantes.

     Vê moinhos? São moinhos!
     Vê gigantes? São gigantes!

    in "Movimento Perpétuo", 1956

quinta-feira, 28 de julho de 2016

Gorki - A mãe do monstro

La madre del monstruo

[Cuento - Texto completo.]
Máximo Gorki

Día tórrido. Silencio. La vida está como cristalizada en un luminoso remanso. El cielo contempla a la tierra con mirada límpida y azul por la pupila resplandeciente del sol.
El mar se diría forjado en metal liso y azuloso. En su inmovilidad, las barcas policromas de los pescadores parecen soldadas al hemiciclo tan esplendoroso como el cielo… Moviendo apenas las alas, pasa una gaviota, y en el agua palpita otra más blanca y más bella que la que hiende al aire.
El horizonte aparece confuso. Entre la bruma, se vislumbra un islote violáceo, del que no se sabe si flota dulcemente o si se derrite bajo el calor. Es una roca solitaria en medio del mar, espléndida gema del collar que forma la bahía de Nápoles.
El pétreo islote, erizado de cresta y aristas, va descendiendo hasta el agua. Su aspecto es imponente, y tiene la cima coronada por la marca verdeoscura de un viñedo, de los naranjos, de los limoneros y de las higueras, y por las menudas hojas de color de plata oxidada de los olivos. Entre este torrente de verdor que se desborda hacia el mar sonríen unas flores blancas, áureas y rojas, y los frutos anaranjados y amarillos hacen pensar en las noches sin luna y de firmamento sombrío.
El silencio reina en el cielo, en el mar y en el alma.
Entre los jardines serpentea un angosto sendero, por el que una mujer se dirige hacia la orilla. Es alta. Su vestido negro y remendado está descolorido por el uso. Su pelo brillante forma como una diadema de ricitos sobre la frente y las sienes, y es tan encrespado que no es posible alisarlo. De su rostro enjuto impresiona la mezcla de rudeza y austeridad. Hay en estas facciones algo profundamente arcaico; al tropezar con la mirada fija y sombría de sus ojos, se piensa sin querer en los ardientes orientales, en Débora y en Judit.
Anda con la cabeza agachada, haciendo calceta; el acero de las agujas brilla entre sus dedos. El ovillo de lana está oculto en una de sus faltriqueras, pero se diría que el hilo rojo sale de su pecho. El camino es sinuoso y los pedruscos crujen y resbalan a su paso. Sin embargo, la vieja sigue bajando con la misma seguridad que si sus pies viesen el sendero.
He aquí la historia de esta mujer.
Poco después de su matrimonio con un pescador, su marido salió un día a la faena y no regresó. La mujer estaba grávida.
Apenas nació el niño, ella procuró mantenerlo siempre oculto de la gente. Nunca la vieron con él en la calle, al sol, para glorificarse con su hijo, como suelen hacer todas las madres; antes al contrario, lo tenía envuelto en harapos, en un rincón de su choza.
Durante mucho tiempo ningún vecino pudo ver del niño más que la cabezota y los inmensos ojos inmóviles en la cara amarillenta. Advirtieron asimismo que la madre, que antaño había luchado a brazo partido contra la miseria, llena de alegría, infatigablemente, que sabía comunicar valor a los demás, se mostraba ahora taciturna y parecía estar siempre meditando, con el ceño fruncido, como si contemplase el mundo a través de un velo de dolor, con mirada extraña e interrogadora.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo sin que todos se enterasen de su desgracia. El niño había nacido contrahecho, y esa era la causa de la pesadumbre de la madre y el motivo de que lo ocultase de la gente.
Entonces los vecinos, condolidos, le dijeron que comprendían el dolor de una madre que da a luz a un hijo anormal, pero que nadie, salvo la Madona, sabía si aquella prueba era un castigo, y que el niño, de todos modos, no debía ser privado de la luz del sol.
Ella prestaba oídos a la gente y les mostraba a su hijo. Tenía éste unas piernas y unos bracitos en extremo cortos, como aletas de pez; la cabeza, hinchada como una bola, se sostenía a duras penas sobre el cuello delgaducho y endeble; el rostro estaba todo surcado de arrugas; tenía los ojos turbios y la boca hendida por una sonrisa inexpresiva.
Al mirarlo, las mujeres lloraban y los hombre se retiraban mohínos, con una mueca de desdén. La madre del monstruo se sentaba en el suelo, y ora bajaba la cabeza, ora la levantaba y miraba a todos, como preguntando algo que nadie podía comprender.
Los vecinos construyeron para el engendro una caja semejante a un ataúd; lo llenaron de vellones de lana, colocaron en ella al pequeño monstruo y los pusieron en un rincón del patio. Tenían la esperanza de que el sol, hacedor de milagros, haría uno más.
Pero fue transcurriendo el tiempo y el monstruo seguía siéndolo: una cabezota enorme, un largo tronco y unos atrofiados muñones. Únicamente su sonrisa iba adquiriendo una expresión más y más definida de insaciable glotonería. En la boca surgieron dos hileras de agudos dientes, y los cortos y deformes brazos se adiestraron en coger los trozos de pan y llevarlos, sin equivocarse nunca, a la ávida bocaza.
Era mudo, pero cuando alguien comía cerca o cuando olía alimento, abría el hocico y empezaba a dar unos mugidos roncos y a menear como un loco la cabezota, mientras el blanco mate de los ojos se le cubría de venillas sanguinolentas.
Comía mucho, cada día más; su mugido se hizo persistente. La madre trabajaba sin cesar, pero su ganancia era exigua y a veces nula. No se quejaba de su suerte, y si aceptaba alguna ayuda, era de mala gana y sin despegar los labios. Cuando estaba fuera, los vecinos, cansados del constante mugir del monstruo, corrían a meterle en la boca mendrugos, frutas, legumbres y cuanto comestible tenían a mano.
-¡Te va a comer viva! -decían a la madre-. ¿Por qué no lo llevas a un asilo?
-No quiero oír hablar de eso -contestaba la pobre mujer-. Soy su madre. Yo lo traje al mundo y yo he de ganar el sustento para él.
Como aún era hermosa, más de uno quiso hacerse amar por la desdichada, pero no obtuvo el menor éxito. A uno, precisamente a aquel hacia quien se sentía más inclinada, le dijo un día:
-No puedo ser tu esposa. Tengo miedo de engendrar otro monstruo. Tú mismo te avergonzarías. ¡No, vete!
El hombre insistió, recordándole que la Madona hacía justicia a las madres y las consideraba como hermanas suyas. Pero ella exclamó:
-¡Ay! No sé de qué puedo ser culpable, pero se me castiga con crueldad.
El pretendiente suplicó, lloró, se enfureció; pero la mujer no cedió.
-Me da miedo -decía-. He perdido la fe en mi destino…
El hombre se marchó muy lejos, y no regresó nunca.
Durante muchos años, la pobre madre estuvo llenando aquella boca sin fondo que engullía sin cesar. El monstruo comía todo el fruto del trabajo materno, la sangre, la vida de la desgraciada mujer. La cabeza, cada vez más desarrollada, era horrible. Semejaba un globo a punto de desprenderse del atrofiado cuello para elevarse por el aire, tras haber topado contra las esquinas de las casas.
Todos los que pasaban por la calle y miraban hacia el patio, se detenían estupefactos, estremecidos, sin atinar a comprender qué era aquello. La caja estaba adosada a un muro por el que se enredaba una parra, y de su interior surgía la cabeza del monstruo.
El amarillento rostro estaba surcado de arrugas; los pómulos eran salientes; los ojos mates, desencajados, casi salían de las órbitas.
Aquella horrenda imagen se quedaba fija largo tiempo en la memoria. La gran nariz, achatada, vibraba y se estremecía; los labios, al moverse, dejaban al descubierto unos dientes carniceros, y a cada lado del globo surgían dos desmesuradas orejas que parecían tener vida propia e independiente… Aquel horripilante mascarón estaba rematado por un manojo de pelos negros y rizados como los de un africano.
Casi siempre se le veía con un pedazo de cualquier cosa comestible en la mano diminuta y breve como la patita de una lagartija.
Entonces inclinaba la cabeza y mascaba con gran ruido, sorbiéndose los mocos, y los ojos se le movían hasta fundirse en una mancha turbia y sin fondo sobre la pálida faz, cuyas contracciones semejaban las de la agonía. Cuando tenía hambre, alargaba el cuello y abría la boca enrojecida, de la que salía una delgada lengua de víbora para mugir con acento imperativo.
La gente se marchaba santiguándose y musitando una oración.
Aquello les recordaba todos los dolores y desgracias que les había deparado la vida.
Un herrero, hombre viejo y de carácter melancólico, repetía a menudo:
-Cuando veo esa bocaza que se lo traga todo, se me ocurre que mi fuerza ha sido también devorada por algo, no sé qué, pero que se le parece mucho. Y pienso que todos nosotros vivimos y morimos para mantener parásitos.
Aquella cara enmudecida suscitaba en todas las conciencias ideas tristes y sentimientos de espanto.
La madre escuchaba los comentarios de sus vecinos sin despegar los labios. Sus cabellos encanecieron prematuramente y las arrugas se fueron extendiendo por su rostro. Hacía ya tiempo que había perdido el hábito de reír. No ignoraban los vecinos que la infeliz se pasaba las noches enteras a la puerta de su casa mirando al cielo, como si esperase que de allí pudiera llegar el socorro. Y se decían unos a otros, encogiéndose de hombros:
-¿Qué debe estar esperando?
Terminaron por aconsejarle:
-¡Llévalo a la plaza, junto a la iglesia! Por allí pasan los extranjeros y le echarán limosna.
-Sería horrible que lo vieran los extranjeros -contestó la madre, horrorizada-. ¿Qué pensarían de nosotros?
-La desgracia existe en todos los países -le contestaron-, cosa que nadie ignora.
La madre negó con un movimiento de cabeza.
Cierto día, ocurrió que unos extranjeros visitaban el pueblo y lo husmeaban todo, entraron en el patio y se fijaron en el monstruo, que estaba metido en su caja. La madre fue testigo de sus gestos de repugnancia y comprendió que hablaban con repulsión de su hijo. Pero lo que más la sorprendió fueron ciertas palabras pronunciadas con acento de desprecio y animosidad y, también, de triunfo.
La desgraciada mujer conservó en la memoria el sonido de aquellas palabras extranjeras, que repetía insistentemente y en las que su corazón de italiana y de madre adivinaba un significado insultante. Aquel mismo día fue a casa de un adivino conocido suyo y le preguntó qué significaban las palabras que había oído.
-Convendría saber quién las ha pronunciado -contestó el hombre, frunciendo el ceño-. Pues significan: “Italia muere antes que las demás naciones italianas”. ¿Quién forja semejantes mentiras?
La pobre mujer se marchó silenciosa.
Al día siguiente, a consecuencia de un hartazgo, su hijo murió entre convulsiones.
La madre se sentó en el patio, junto a la caja, con las manos cruzadas sobre aquella cabeza inerte. Permanecía quieta, inmóvil, y parecía más que nunca esperar algo. Fijaba la mirada interrogante en cada uno de los que desfilaban ante el cadáver.
Todos guardaron silencio. Nadie le preguntó nada, aunque muchos se sentían inclinados a felicitarla por haberse liberado de aquella esclavitud, o tal vez hubieran deseado consolarla por haber perdido al que, después de todo, era su hijo. Pero nadie despegó los labios. Hay momentos en que todos comprenden que ciertas cosas no pueden expresarse sin que parezcan reticencias.
Mucho tiempo después de la muerte del monstruo, la madre seguía mirando a la gente a la cara, como si preguntase no se sabe qué. Pero luego, poco a poco, pareció ir olvidándolo todo…

http://ciudadseva.com/texto/la-madre-del-monstruo/

quarta-feira, 27 de julho de 2016

"Principe", de Ana Hatherly


* Ana Hatherly

Príncipe: 
Era de noite quando eu bati à tua porta 
e na escuridão da tua casa tu vieste abrir 
e não me conheceste. 
Era de noite 
são mil e umas 
as noites em que bato à tua porta 
e tu vens abrir 
e não me reconheces 
porque eu jamais bato à tua porta. 
Contudo 
quando eu batia à tua porta 
e tu vieste abrir 
os teus olhos de repente 
viram-me 
pela primeira vez 
como sempre de cada vez é a primeira 
a derradeira 
instância do momento de eu surgir 
e tu veres-me. 
Era de noite quando eu bati à tua porta 
e tu vieste abrir 
e viste-me 
como um náufrago sussurrando qualquer coisa 
que ninguém compreendeu. 
Mas era de noite 
e por isso 
tu soubeste que era eu 
e vieste abrir-te 
na escuridão da tua casa. 
Ah era de noite 
e de súbito tudo era apenas 
lábios pálpebras intumescências 
cobrindo o corpo de flutuantes volteios 
de palpitações trémulas adejando pelo rosto. 
Beijava os teus olhos por dentro 
beijava os teus olhos pensados 
beijava-te pensando 
e estendia a mão sobre o meu pensamento 
corria para ti 
minha praia jamais alcançada 
impossibilidade desejada 
de apenas poder pensar-te. 

São mil e umas 
as noites em que não bato à tua porta 
e vens abrir-me 

Ana Hatherly, in "Um Calculador de Improbabilidades"

segunda-feira, 25 de julho de 2016

O Bom Soldado Švejk





CRÍTICA

Político até dizer chega


***“Tu és tão parvo como Švejk” quase soa a elogio: o anti-herói criado por Jaroslav Hašek para ridicularizar a máquina do poder é brilhante a desmontar o absurdo da guerra. E finalmente conhece a justa edição em português.

Diz-se “xeveique”. A nota é do tradutor. É a pronúncia correcta de um nome que designa uma personalidade insólita, subversiva, com longa carreira na literatura, viral e contagiosa - até fora das letras. Diz-se “xeveique”, mas escreve-se Švejk e nasceu para ser dado em fascículos no ano de 1923, o mesmo em que o seu criador, Jaroslav Hašek, morreria vítima de uma paragem cardíaca sem tempo de pôr um ponto final naquela que seria uma das obras mais hilariantes e nostálgicas, subversivas e pacifistas que a literatura foi capaz de conceber.
O Bom Soldado Švejk, de Jaroslav Hašek, conhece por fim a justa edição em português, tão completa quanto possível, dado tratar-se de uma obra inacabada. A versão anterior, publicada pela Europa-América, não ia além da primeira parte, pouco mais de 200 páginas de um volume que agora ultrapassa as 800 e foi traduzido do checo por Lumir Nahodil para a colecção de humor da Tinta-da-China, dirigida por Ricardo Araújo Pereira. Mesmo a tempo de entrar para a lista dos acontecimentos literários de 2012.
Contemporâneo de Franz Kafka (o autor de O Castelo e de A Metamorfose morreu em 1924), Hašek desmonta de forma tão ou mais corrosiva a máquina do poder e a sua mesquinhez, só que pelo lado do riso, expondo-a a um ridículo desarmante e criando para o efeito a figura de um soldado, Švejk, “que tendo há anos abandonado o serviço militar, depois de definitivamente ser declarado idiota pela junta médica militar, ganhava o seu sustento com a venda de cães, feios monstros de sangue impuro, aos quais ele falsificava as árvores genealógicas”. Vamos encontrar Švejk em Praga, no momento em que é informado pela sua mulher-a-dias da morte do arquiduque Francisco Fernando, em Sarajevo - uma e outra cidade faziam então parte do imenso império austro-húngaro. Perante o facto, e depois do inevitável espanto, Švejk atreve-se a avançar com a hipótese de uma guerra. “A guerra é inevitável”, dirá depois de um “trago de dimensões épicas” numa cervejaria, em converseta com o cervejeiro Palivec e o polícia Bretschneider, protótipo do bufo ao serviço de uma bandeira e de um hino que Švejk, mais uma vez, admite recriar ofensivamente à força do álcool. Perante os factos, o polícia prende Švejk e Palivec, este por ter retirado da parede a imagem do Imperador. A justificação - “cagavam nele as moscas” - não só não convenceu Bretschneider como o provocou.
O que se segue é um festival em que o pícaro e o absurdo andam a par da crítica mais feroz à guerra e às artimanhas do poder. Hašek, anarquista, filho de um matemático que nunca se deu bem na vida e o deixou órfão aos 13 anos, fez da sua curta existência uma luta contra as instituições, sobretudo as que representavam o império austro-húngaro, colocando-se do lado dos defensores da independência checa. Meio vagabundo, foi jornalista e escritor que apostou numa obra única - apesar das centenas de pequenas obras -, pensada para ser publicada em seis volumes. Morreu aos 40 anos, fisicamente debilitado, incapaz ele próprio de escrever e ditando as últimas páginas deste O Bom Soldado Švejk, que não seriam as que ele imaginou como derradeiras.
Escrito sempre num tom jocoso, com a linguagem tratada sem os pudores associados à literatura de então - “gente que se incomoda com uma expressão forte é gente covarde, visto que a vida real surpreende”, escreverá no posfácio à primeira parte -, o livro assenta na suposta idiotice de Švejk, homem que se confessa “político até dizer chega”, numa estupidez que nunca se sabe se é inata ou um finíssimo artifício de inteligência do soldado que decide ir servir na Primeira Guerra Mundial de cadeira de rodas, devido ao reumatismo de que supostamente sofre. É homem que começa qualquer dialogo com a autoridade com a expressão “declaro obedientemente”, e que se sente agradecido por passar pelo um manicómio onde há liberdade para se ser tudo o que se quer. Essa passagem é uma das mais delirantes deste livro, traduzido a partir da 12.ª edição (no original, dois volumes de 480 páginas cada), editada em 1946. Um ano depois de o nazismo abandonar o território checo, antes da ocupação comunista.
O problema de falar ou de escrever sobre Švejk é que há a tentação de citar cada frase, de contar cada uma das histórias e aventuras que saem da boca do soldado de forma desenfreada - como se também a tagarelice fosse contágio -, numa tentativa, sempre defraudada, de revelar a perícia com que Hašek dominava a língua e os dialectos daquele imenso império onde imperava o alemão. Uma dor de cabeça para o tradutor, que assume aqui que construiu um léxico próprio para poder passar todas essas nuances.
Domínio exímio é também o da arte do humor. No caso, no que o humor tem de mais colado à alma. A gargalhada sai com a inquietude de quem, ao rir, percebe que ela é forma de reagir e de suportar a guerra e uma autoridade que não pode ser contestada. Nada então como banalizá-la, desmontando-a e às suas tragédias. Eis a humanidade e o seu grande absurdo. E quem melhor para denunciar do que um idiota, um anti-herói que inspirou por exemplo Joseph Heller a escrever outro clássico da guerra, já na década de 40: Catch 22.
Hašek conseguiu mais do que aquilo a que se propôs. Não apenas que a palavra “Švejk” se tornasse “um novo insulto na florida grinalda dos impropérios” e com isso enriquecesse a língua checa, mas que o insulto “Tu és tão parvo como o Švejk” soe a algo próximo do elogio.
https://www.publico.pt/culturaipsilon/noticia/politico-ate-dizer-chega-1658116


quarta-feira, 20 de julho de 2016

Adão Cruz - Dentro dos meus olhos

* Adão Cruz

Dentro dos meus olhos uma tela azul enorme grande como a
luz dos teus olhos onde meti todo o céu que pude
Um mar imenso de mil cores mil jardins de flores à minha
escolha ao critério dos meus dedos ao sabor dos meus
segredos e dos medos de não ser capaz
Azul e mais azul de amarelo fustigado um rasgo genial de
vermelho um reflexo de sol e de céu
Mas tu não gostas de poetas mortos nada te dizem as cores
da minha mão se tento escrever‑te numa tela ou pintar teu
rosto na letra de um verso
Não gostas de poemas nem queres puxar os cordéis das
minhas pernas em sentido de fuga
Não deixas abrir as janelas do vagaroso comboio carregando
ruas estreitas e novas lojas de palavras velhas
Nas estreitas ruas das minhas mãos há longuíssimas raízes
que te prendem a um labirinto de espelhos
Grande como o céu não sei pintar‑te assim
Vou recriar‑te dentro de mim numa fusão de quadros
brancos sem passado sem palavras sem fundo e sem fim

(in Adão Cruz, VAI O RIO NO ESTUÁRIO. Poemas de braços abertos, ediçõesengenho)
http://jardimdasdelicias.blogs.sapo.pt/dentro-dos-meus-olhos-adao-cruz-963283

segunda-feira, 18 de julho de 2016

Miguel Hernández Las cárceles

LITERATURAPOESIA

Miguel Hernández: Las cárceles

DICIEMBRE 11, 2014

“…Adelanta, español, una tormenta
de martillos y hoces, ruge y canta.
Tu porvenir, tu orgullo, tu herramienta
adelanta…

MH

“Las cárceles”

I
Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,
van por la tenebrosa vía de los juzgados;
buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,
lo absorben, se lo tragan.
No se ve, que se escucha la pena de metal,
el sollozo del hierro que atropellan y escupen:
el llanto de la espada puesta sobre los jueces
de cemento fangoso.
Allí, abajo la cárcel, la fábrica del llanto,
el telar de la lágrima que no ha de ser estéril,
el casco de los odios y de las esperanzas,
fabrican, tejen, hunden.
Cuando están las perdices más roncas y acopladas,
y el azul amoroso de fuerzas expansivas,
un hombre hace memoria de la luz, de la tierra,
húmedamente negro.
Se da contra las piedras la libertad, el día,
el paso galopante de un hombre, la cabeza,
la boca con espuma, con decisión de espuma,
la libertad , un hombre.
Un hombre que cosecha y arroja todo el viento
desde su corazón donde crece un plumaje:
un hombre que es el mismo dentro de cada frío,
de cada calabozo.
Un hombre que ha soñado con las aguas del mar,
y destroza sus alas como un rayo amarrado,
y estremece las rejas, y se clava los dientes
en los dientes del trueno.
II
Aquí no se pelea por un buey desmayado,
sino por un caballo que ve pudrir sus crines,
y siente sus galopes debajo de los cascos
pudrirse airadamente.
Limpiad el salivazo que lleva en la mejilla,
y desencadenad el corazón del mundo,
y detened las cárceles de las voraces cárceles
donde el sol retrocede.
La libertad se pudre desplumada en la lengua
de quienes son sus siervos más que sus poseedores.
Romped esas cadenas, y las otras que escucho
detrás de esos esclavos.
Esos que sólo buscan abandonar su cárcel,
su rincón, su cadena, no la de los demás,
Y en cuanto lo consiguen, descienden pluma a pluma,
enmohecen, se arrastran.
Son los encadenados por siempre desde siempre.
Ser libre es una cosa que sólo un hombre sabe:
Sólo el hombre que advierto dentro de esa mazmorra
como si yo estuviera.
Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero.
Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma.
Son muchas llaves, muchos cerrojos, injusticias:
no le atarás el alma.
Cadenas, sí: cadenas de sangre necesita.
Hierros venosos, cálidos, sanguíneos eslabones,
nudos que no rechacen a los nudos siguientes
humanamente atados.
Un hombre aguarda dentro de un pozo sin remedio,
tenso, conmocionado, con la oreja aplicada.
Porque un pueblo a gritado ¡libertad!, vuela el cielo.
Y las cárceles vuelan.
Miguel Hernández
De: “El hombre acecha” (Libro que dedicó a Pablo Neruda)
Recogido en “Miguel Hernández – Obra Completa II”
Ed. Espasa – Clásicos
- See more at: http://trianarts.com/miguel-hernandez-las-carceles/#sthash.P7QJLoyP.dpuf

domingo, 17 de julho de 2016

Álvaro de Campos - Cruzou por mim, veio ter comigo, numa rua da Baixa

* Álvaro de Campos


Cruzou por mim, veio ter comigo, numa rua da Baixa
Aquele homem mal vestido, pedinte por profissão que se lhe vê na cara,
Que simpatiza comigo e eu simpatizo com ele;
E reciprocamente, num gesto largo, transbordante, dei-lhe tudo quanto tinha
(Exceto, naturalmente, o que estava na algibeira onde trago mais dinheiro:
Não sou parvo nem romancista russo, aplicado,
E romantismo, sim, mas devagar...).

Sinto uma simpatia por essa gente toda,
Sobretudo quando não merece simpatia.
Sim, eu sou também vadio e pedinte,
E sou-o também por minha culpa.
Ser vadio e pedinte não é ser vadio e pedinte:
É estar ao lado da escala social,
É não ser adaptável às normas da vida,
'As normas reais ou sentimentais da vida -
Não ser Juiz do Supremo, empregado certo, prostituta,
Não ser pobre a valer, operário explorado,
Não ser doente de uma doença incurável,
Não ser sedento da justiça, ou capitão de cavalaria,
Não ser, enfim, aquelas pessoas sociais dos novelistas
Que se fartam de letras porque tem razão para chorar lagrimas,
E se revoltam contra a vida social porque tem razão para isso supor.

Não: tudo menos ter razão!
Tudo menos importar-se com a humanidade!
Tudo menos ceder ao humanitarismo!
De que serve uma sensação se ha uma razão exterior a ela?

Sim, ser vadio e pedinte, como eu sou,
Não é ser vadio e pedinte, o que é corrente:
É ser isolado na alma, e isso é que é ser vadio,
É ter que pedir aos dias que passem, e nos deixem, e isso é que é ser pedinte.

Tudo o mais é estúpido como um Dostoiewski ou um Gorki.
Tudo o mais é ter fome ou não ter o que vestir.
E, mesmo que isso aconteça, isso acontece a tanta gente
Que nem vale a pena ter pena da gente a quem isso acontece.

Sou vadio e pedinte a valer, isto é, no sentido translato,
E estou-me rebolando numa grande caridade por mim.

Coitado do Álvaro de Campos!
Tão isolado na vida! Tão deprimido nas sensações!
Coitado dele, enfiado na poltrona da sua melancolia!
Coitado dele, que com lagrimas (autenticas) nos olhos,
Deu hoje, num gesto largo, liberal e moscovita,
Tudo quanto tinha, na algibeira em que tinha pouco
Aquele pobre que não era pobre que tinha olhos tristes por profissão.

Coitado do Álvaro de Campos, com quem ninguém se importa!
Coitado dele que tem tanta pena de si mesmo!

E, sim, coitado dele!
Mais coitado dele que de muitos que são vadios e vadiam,
Que são pedintes e pedem,
Porque a alma humana é um abismo.

Eu é que sei. Coitado dele!
Que bom poder-me revoltar num comício dentro de minha alma!

Mas até nem parvo sou!
Nem tenho a defesa de poder ter opiniões sociais.
Não tenho, mesmo, defesa nenhuma: sou lúcido.

Não me queiram converter a convicção: sou lúcido!

Já disse: sou lúcido.
Nada de estéticas com coração: sou lúcido.
Merda! Sou lúcido.
Álvaro de Campos, in "Poemas" 
Heterónimo de Fernando Pessoa 

sábado, 16 de julho de 2016

josé pacheco pereira - Flores para Algernon

Opinião

Flores para Algernon

Leio jornais, vejo televisão, tenho cada vez menos memória e cada vez mais memória mediática. Atafulhada de bola, casos da vida, acidentes, incidentes, nada. Tópicos
Dr. Strauss says I shud rite down what I think and evrey thing that happins to me ...
He said now sit down Charlie we are not thru yet. Then I dont remember so good but he wantid me to say what was in the ink. .... 

(Daniel Keyes, Flowers for Algernon)

Hoje espera-se que eu escreva sobre o atentado de Nice. Ontem sobre as sanções. Anteontem sobre Durão Barroso ou o “Brexit”. Antes foi o dia do espasmo patriótico, o retorno à unidade orgânica da pátria, a realização do mito do unanimismo, o fim das divisões perversas no altar da selecção. Todos de cachecol, Marcelo, Costa, Jerónimo, os bloquistas, o CDS, os artistas menores do PSD, porque o maior mantém a compostura de Primeiro-ministro no exílio. Traz a bandeirinha à lapela e a zanga com o destino que lhe deu a geringonça no bolso.

Nos vinte dias anteriores era futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol. Num dia, no meio do futebol, alguma coisa sobre os atentados na Turquia. Antes dos dias do futebol havia os dias do meio-futebol, ou dos preliminares do futebol, preliminares do futebol, preliminares do futebol, preliminares do futebol, preliminares do futebol, preliminares do futebol, preliminares do futebol, preliminares do futebol, preliminares do futebol, preliminares do futebol, preliminares do futebol, preliminares do futebol. Havia um Deus revelado nestes dias e chamava-se Ronaldo. Acabaram os canais noticiosos, todo o cabo é desporto, todos unidos, todos iguais. Acabaram as notícias, e os locutores que agora se chamam pivot pedem desculpa por ainda terem que falar de coisas menores, o Daesh, Trump, Clinton, o Deutsche Bank, os curdos, a Síria. Já não me lembro. Como é que me posso lembrar se foi tudo há tanto tempo e durou tão pouco tempo?

Antes? Também já não me lembro. A Caixa Geral de Depósitos associada às peripécias da Comissão de Inquérito? Talvez. Talvez os colégios de amarelo. Onde estão? Lá muito atrás um sussurro sobre os refugiados, ou melhor sobre os cadáveres dos refugiados. E estamos a chegar a uma outro campeonato, o de cá. E outra vez futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol, futebol. Futebol sob a forma de intrigas, declarações tonitruantes, vinganças, relvado e o seu estado, pernas, joelhos e outras partes da anatomia inferior dos jogadores, treinos, treinos, chegada de autocarros, partida de hotéis, chegada dos exércitos das claques, declarações dos responsáveis da PSP, horas e horas e horas e horas e horas e horas de programas desportivos. Emissões especiais, conferências de imprensa dos treinadores, dos jogadores, dos dirigentes desportivos…

Já não me lembro. Mas havia uma voz. Uma voz acompanha tudo, 200 dias, 500 Declarações do Presidente da República, à média de mais de duas por dia. Dessas lembramo-nos de dez. As mais importantes? Quando se fazem 500 declarações nenhuma é importante. Talvez nos lembremos das mais engraçadas. Ou, melhor ainda, das imagens, que são sempre mais fortes do que as palavras. Agarro-me ao segundo critério para haver memória: há imagens, há notícia, seja uma coisa séria ou irrelevante. Não há imagens, não há notícia. Por isso toda a gente se mostra diante das câmaras. Mas o que fazem, o que dizem? Marcelo a dançar em Moçambique, talvez a mais relevante, mas também já não me lembro bem…



Cada vez mais para trás. Já não me lembro. Mas passaram apenas meia dúzia de meses? Já não me lembro. Houve eleições. Parece um outro mundo. Ganhou Passos Coelho e Portas. Fizeram governo? Já não me lembro, só sei que durou pouco. Caiu. Foi-se a avantesma, veio a geringonça. A Europa do PPE e os socialistas da corte de Merkel arrebitaram as orelhas. O quê? Os comunistas estão no poder em Portugal? E o Syriza local? Temos que tratar disso, voltar à austeridade, voltar ao respeitinho com os Grandes. O Plano B. Não devia já existir, estar em pleno vigor? Já não me lembro. Pensar faz-me mal à cabeça.



Leio jornais, vejo televisão, tenho cada vez menos memória e cada vez mais memória mediática, uma contradição entre os termos. Curta. Muito curta. Atafulhada de bola, casos da vida, acidentes, incidentes, nada. Dura um dia, quinze dias? Mais? Já não me lembro porque não é para lembrar, é para entreter, para distrair, para passar o tempo. Não sei. Sei cada vez menos. Devo estar doente. O meu cérebro está cada vez mais pequeno. Pequenino.




Já não me lembro. Coloquem flores na campa de Algernon.

Historiador

 https://www.publico.pt/mundo/noticia/flores-para-algernon-1738439?page=-1

terça-feira, 12 de julho de 2016

Álvaro de Campos - DACTILOGRAFIA

* Álvaro de Campos
Traço sozinho, no meu cubículo de engenheiro, o plano,
Firmo o projecto, aqui isolado,
Remoto até de quem eu sou.
Ao lado, acompanhamento banalmente sinistro,
O tic-tac estalado das máquinas de escrever.
Que náusea da vida!
Que abjecção esta regularidade!
Que sono este ser assim!
Outrora, quando fui outro, eram castelos e cavaleiros
(Ilustrações, talvez, de qualquer livro de infância),
Outrora, quando fui verdadeiro ao meu sonho,
Eram grandes paisagens do Norte, explícitas de neve,
Eram grandes palmares do Sul, opulentos de verdes.
Outrora.
Ao lado, acompanhamento banalmente sinistro.
O tic-tac estalado das máquinas de escrever.
Temos todos duas vidas:
A verdadeira, que é a que sonhamos na infância,
E que continuamos sonhando, adultos num substrato de névoa;
A falsa, que é a que vivemos em convivência com outros,
Que é a prática, a útil,
Aquela em que acabam por nos meter num caixão.
Na outra não há caixões, nem mortes,
Há só ilustrações de infância:
Grandes livros coloridos, para ver mas não ler;
Grandes páginas de cores para recordar mais tarde.
Na outra somos nós,
Na outra vivemos;
Nesta morremos, que é o que viver quer dizer;
Neste momento, pela náusea, vivo na outra...
Mas ao lado, acompanhamento banalmente sinistro.
Ergue a voz o tic-tac estalado das máquinas de escrever.
19-12-1933
Poesias de Álvaro de Campos. Fernando Pessoa. Lisboa: Ática, 1944 (imp. 1993).
  - 301.

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