Don QuijoteMadame Bovary es una novela que ningún escritor debe dejar de leer. Su autor, Gustave Flaubert (1821-1880), se sumergió en un proceso creativo que le llevó casi cinco años de su vida. La mitad de una década.
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A menudo se hace encuestas entre escritores y personalidades de la “realeza literaria” buscando saber cuáles son los libros de su preferencia, y Madame Bovary sale gananciosa, en un preciado segundo lugar, después de Don Quijote, escrito por don Miguel Cervantes Saavedra (1547 – 1616). Se dice de la novela que es parte del movimiento llamado romanticismo tardío. No. Yo creo que no se puede clasificarla porque eso significaría aprisionarla en algún grado. Madame Bovary es una obra que permanentemente servirá de inspiración a los lectores y escritores pues la vida, sus pasiones, sus arrebatos, sus vaivenes, su dulzura, sus prejuicios, sus dramas pasan por ella. Y si bien Gustave Flaubert fue su autor (decía su familia que a veces se manifestaba como un hombre neurótico), los dioses pusieron el hilo de sus estrellas en sus páginas.
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La metamorfosis, del escritor Franz Kafka (1883- 1924), es una obra que está siendo injustamente relegada en estos tiempos que corren.
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Entre la magia y el oficio consumado, la obra cuenta la historia de un hombre que despierta convertido en cucaracha. Y es el lenguaje, que aborda una suerte de realismo mágico, el que va registrando los primeros movimientos de Gregorio Samsa cuando intenta, convertido ya en insecto, levantarse del lecho. Ah…, el susto de la familia al ver a su Gregorio convertido en una horrible cucaracha, y la irritación -después- de los familiares que reniegan de la situación, son captados con un lenguaje que a mi modo de ver, es una especie de pequeño meteorito literario caído en la literatura universal. Meteorito que deslumbra a los lectores, los escritores y los críticos literarios.
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Y luego está Don Quijote, obra maestra, madre de todas las criaturas que nos lleva a regiones infinitas de la revelación literaria, porque el lenguaje con que fue concebido es un ejemplo de Arte, pura excepción. ¿No son acaso un verdadero divertimiento para el alma triste aquella estadía del caballero andante en el hostal o la posada donde se resiste, caída ya la noche, a los empeños amorosos de una moza, pues su corazón pertenece solamente a Dulcinea del Toboso?
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Quien leyó Don Quijote termina cavilando sobre lo “inexplicable” que resulta que se hayan podido escribir dos enormes tomos de una obra genial, considerando que no hay desperdicio en hoja alguna, y que todo en la novela revela un lenguaje cuyo flujo y reflujo literario provoca admiración en críticos, escritores y lectores.
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¿Y qué decir de los entremeses?
¿Y de la novela La Galatea?
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¿En qué tiempo escribió tanto y haciendo uso de tan extraordinaria manera o modo?
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Entonces, pues, considerando que tenemos maestros tan dignos como ejemplares, no nos rindamos los escritores, y busquemos la forma que enamora, si poesía escribimos; y la prosa que deslumbra, si pergeñamos un cuento.
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EL PORTÓN INVISIBLE
…Ed io non so
chi va e chi resta…
E. Montale 
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En la fotografía busco el alto
portón, aquel portón del viejo patio
para ver si es que puedo introducirme
en secreto, y quedarme allí, temblando,
en espera de cosas abolidas.
Mas la fotografía sólo muestra
el muro de ladrillo, a mano izquierda,
y a la mano derecha, esas casonas
que hoy como ayer están allí, en silencio,
proyectando sus sombras en la acera.
Un muchacho moreno, muy delgado,
con ágil paso avanza junto al muro.
Ese muchacho es hoy un blanco abuelo
que habrá olvidado acaso aquella siesta
en la calle desierta, bajo un cielo
ardoroso de enero o de febrero.
-Muchacho: date vuelta; retrocede;
ve si puedes llegar hasta el portón
y abrirlo para mí. Tuya es la hora
de esa remota siesta. Deja abierto
el antiguo portón ahora invisible.
Yo habré de entrar para quedarme a solas
en el patio, mirando a todos lados,
andando de puntillas hacia el fondo…
Tú seguirás andando mientras tanto
por la calle soleada y silenciosa.
Yo, sin hacer ruido, al poco rato,
saldré a la calle que ahora es toda tuya
y cerraré con llave, para siempre,
el portón de tu infancia y de mi infancia. 
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Hugo Rodríguez-Alcalá