sexta-feira, 2 de março de 2012

Santiago González - Philip Marlowe: el adiós de un duro


gaucho malo


Nota de archivoPublicada originalmente en el diario La Prensa de Buenos Aires.
Raymond Chandler concibió al héroe de sus novelas, el detective Philip Marlowe, antes que otra cosa como una actitud ante la vida, actitud que era puesta a prueba cada vez que debía enfrentarse con esas extremas situaciones donde las tensiones que dibujan la trama oculta de una sociedad afloran abruptamente en el crimen.
Por eso el detective no se convierte -como ocurre con la mayoría de sus congéneres- en un caracter cristalizado, en un mero repertorio de “tics” sancionado como fórmula exitosa.
Contrariamente, Marlowe tiene historia: cada caso supone un compromiso personal que lo afecta en igual medida que a los otros personajes envueltos, y deja sobre sí algo más que magulladuras.
Si bien Chandler siempre fue en extremo riguroso respecto de la solidez de la intriga en el relato policial, ya a partir de El largo adiós se observa un desplazamiento de esa preocupación: “Me tenía sin cuidado -señala por entonces- que la intriga fuese bastante obvia. Lo que me importaba era la gente, este extraño y corrupto mundo en que vivimos, y cómo toda persona que intenta ser honesta termina pareciendo sentimental, o simplemente tonta”.
En la novela que publicó poco antes de morir, Cóctel de barro, ese desplazamiento es aún más marcado: a esa altura de su vida y su carrera, Chandler parecía más preocupado por avanzar en la historia de su personaje, por desentrañar su destino, que por cualquier otra consideración.
Y bien, el Marlowe que aparece en esta novela (y que ya se anuncia en El largo adiós) es un Marlowe cansado y decepcionado, rechazado incluso por aquellos a quienes pretende ayudar, y devuelto una y otra vez a la soledad de su cuarto.
Entonces es capaz de embarcarse en todo tipo de dificultades por algo que se pareció a la amistad (Terry Lennox, en El largo adiós), o sentir que ese cuarto vacío se llena de música por algo que se parece al amor (Linda Loring, en Cóctel de barro).
El duro que no se había rendido al poder de los hombres -las armas y el dinero- flaquea ahora ante el paso del tiempo, la soledad, la nostalgia, y la certeza del fracaso.
–Santiago González

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