17
Ago
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Publicado por Delfina Acosta
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Cuando le echo una mirada a mi correspondencia electrónica, me llama la atención la curiosa tendencia que van adquiriendo algunos mensajes.
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Quién no ha oído hablar de Jorge Luis Borges, aquel poeta que a los cincuenta y cinco años perdió -definitivamente- la vista, pero siguió escribiendo porque él había nacido para escribir y para sembrar asombro en los filósofos y en sus contemporáneos.
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Y eran sus versos para echarnos a pensar en los elementos del universo, para envolvernos con una capa de tristeza, a veces, pues sus versos hablaban de eso, de la tristeza de existir y del desamparo que siente el hombre ante la muerte.
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En una oportunidad recibí un correo donde se le adjudicaban a él alegres ocurrencias sobre el arte de vivir, de compartir lo bonito del amanecer y del atardecer y otras ñoñerías por el estilo.
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Caramba: Venir a escribir sobre tantas cosas, y usando signos de admiración, después de muerto, sobrepasa toda molestia y picazón. Y todo porque a alguien se le ocurrió adjudicar un ligero y superficial mensaje de amor, luz, paz y felicidad a Jorge Luis Borges.
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Hace una semana, aproximadamente, me llegó otro mensaje. Sorpresa: Las palabras pertenecían a Martin Luther King, quien abrió su célebre discurso en los escalones del monumento a Lincoln diciendo: “Yo tengo un sueño. Estoy feliz de unirme a ustedes hoy en lo que quedará en la historia como la mayor demostración por la libertad en la historia de nuestra nación. Hace años, un gran americano, bajo cuya sombra simbólica nos paramos, firmó la Proclama de Emancipación. Este importante decreto se convirtió en un gran faro de esperanza para millones de esclavos negros que fueron cocinados en las llamas de la injusticia. Llegó como un amanecer de alegría para terminar la larga noche del cautiverio”.
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Pues bien, esa frase “Yo tengo un sueño”, que fue el inicio de un histórico discurso y llama viva de la lucha de un hombre por su ideal, llegó a mi correo electrónico transformado en un “Yo tengo un sueño de amor, de paz, de cariño, y de deseos de mirar el mundo convertido en un planeta color rosa”. Y otros sueños que ya no recuerdo.
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Ay, don Martin. ¿Se da cuenta usted en qué han transformado su discurso? Y había que ver las ilustraciones de las frases a usted adjudicadas: un arco iris sonriente, unas flores dibujando un corazón de chocolate y un cielito lindo.
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Tampoco se salvó Mario Benedetti. El escritor uruguayo, autor de “La tregua”, también fue utilizado por estos amables usuarios que quieren cambiar el universo a través de términos bonitos, querendones, y libres de acentos ortográficos.
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Le “hicieron decir” cosas empalagosamente regadas con la expresión de un amor chocolatado.
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Cuánta cursilería y cuánta buena fe al mismo tiempo.
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Pero usted no tiene nada que ver con eso, don Mario. Digo, no son suyas aquellas palabras que incitan al amor y a la esperanza, a través de un lenguaje que es la lectura más acabada de la mediocridad.
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Pero todo sea hecho en el mundo para ser perdonado.
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¿Qué culpa tienen los ignorantes que solo quieren mejorar el mundo usando palabras querendonas, aunque se aprovechan del nombre de los muertos ilustres?
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Quién no ha oído hablar de Jorge Luis Borges, aquel poeta que a los cincuenta y cinco años perdió -definitivamente- la vista, pero siguió escribiendo porque él había nacido para escribir y para sembrar asombro en los filósofos y en sus contemporáneos.
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Y eran sus versos para echarnos a pensar en los elementos del universo, para envolvernos con una capa de tristeza, a veces, pues sus versos hablaban de eso, de la tristeza de existir y del desamparo que siente el hombre ante la muerte.
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En una oportunidad recibí un correo donde se le adjudicaban a él alegres ocurrencias sobre el arte de vivir, de compartir lo bonito del amanecer y del atardecer y otras ñoñerías por el estilo.
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Caramba: Venir a escribir sobre tantas cosas, y usando signos de admiración, después de muerto, sobrepasa toda molestia y picazón. Y todo porque a alguien se le ocurrió adjudicar un ligero y superficial mensaje de amor, luz, paz y felicidad a Jorge Luis Borges.
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Hace una semana, aproximadamente, me llegó otro mensaje. Sorpresa: Las palabras pertenecían a Martin Luther King, quien abrió su célebre discurso en los escalones del monumento a Lincoln diciendo: “Yo tengo un sueño. Estoy feliz de unirme a ustedes hoy en lo que quedará en la historia como la mayor demostración por la libertad en la historia de nuestra nación. Hace años, un gran americano, bajo cuya sombra simbólica nos paramos, firmó la Proclama de Emancipación. Este importante decreto se convirtió en un gran faro de esperanza para millones de esclavos negros que fueron cocinados en las llamas de la injusticia. Llegó como un amanecer de alegría para terminar la larga noche del cautiverio”.
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Pues bien, esa frase “Yo tengo un sueño”, que fue el inicio de un histórico discurso y llama viva de la lucha de un hombre por su ideal, llegó a mi correo electrónico transformado en un “Yo tengo un sueño de amor, de paz, de cariño, y de deseos de mirar el mundo convertido en un planeta color rosa”. Y otros sueños que ya no recuerdo.
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Ay, don Martin. ¿Se da cuenta usted en qué han transformado su discurso? Y había que ver las ilustraciones de las frases a usted adjudicadas: un arco iris sonriente, unas flores dibujando un corazón de chocolate y un cielito lindo.
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Tampoco se salvó Mario Benedetti. El escritor uruguayo, autor de “La tregua”, también fue utilizado por estos amables usuarios que quieren cambiar el universo a través de términos bonitos, querendones, y libres de acentos ortográficos.
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Le “hicieron decir” cosas empalagosamente regadas con la expresión de un amor chocolatado.
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Cuánta cursilería y cuánta buena fe al mismo tiempo.
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Pero usted no tiene nada que ver con eso, don Mario. Digo, no son suyas aquellas palabras que incitan al amor y a la esperanza, a través de un lenguaje que es la lectura más acabada de la mediocridad.
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Pero todo sea hecho en el mundo para ser perdonado.
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¿Qué culpa tienen los ignorantes que solo quieren mejorar el mundo usando palabras querendonas, aunque se aprovechan del nombre de los muertos ilustres?
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