Abr
Madame Bovary
Publicado por Delfina Acosta
Después de tomar el mate, se reclinó sobre el respaldo aterciopelado del sofá, y continuó enfrascado en la lectura de Madame Bovary.
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Se metió (no quería hacerlo, no debía, pero ya era tarde) en la aparición repentina de la mujer en el almacén del boticario del pueblo. Y era como si él también se hubiera metido, anhelante, deseoso del veneno, empujado por la desesperación de la vida que sale zumbante del carril.
Se metió (no quería hacerlo, no debía, pero ya era tarde) en la aparición repentina de la mujer en el almacén del boticario del pueblo. Y era como si él también se hubiera metido, anhelante, deseoso del veneno, empujado por la desesperación de la vida que sale zumbante del carril.
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A medida que el libro lo arrastraba, lo contaminaba, le venía una sensación de ser llevado por un tren a un destino tan injusto como inevitable.
A medida que el libro lo arrastraba, lo contaminaba, le venía una sensación de ser llevado por un tren a un destino tan injusto como inevitable.
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Podía ver desde la ventanilla los tramos finales, aquellas últimas casas cuyas chimeneas despedían un humo negruzco, las golondrinas del crepúsculo buscando las ramas de los cipreses y de los robles, un hombre (con una lámpara en la mano) observando a la máquina viajera desde el umbral de una puerta.
Sintió náuseas.
Podía ver desde la ventanilla los tramos finales, aquellas últimas casas cuyas chimeneas despedían un humo negruzco, las golondrinas del crepúsculo buscando las ramas de los cipreses y de los robles, un hombre (con una lámpara en la mano) observando a la máquina viajera desde el umbral de una puerta.
Sintió náuseas.
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Se levantó, tambaleante, con una terrible presión en la cabeza, y descargó un vómito en el patio.
Se levantó, tambaleante, con una terrible presión en la cabeza, y descargó un vómito en el patio.
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La señora que hacía la limpieza de la casa y preparaba la comida además de dar alguna conversación sobre el clima cuando los bichos de luz rondaban el alumbrado público, le habló: “¿Se siente bien, señor?”.
La señora que hacía la limpieza de la casa y preparaba la comida además de dar alguna conversación sobre el clima cuando los bichos de luz rondaban el alumbrado público, le habló: “¿Se siente bien, señor?”.
Y él le dijo que no. Y le pidió un té de manzanilla.
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Y el té vino rápido y excesivo. Y también el “Cuídese, señor. Si viera la cara de enfermo que tiene”.
Y el té vino rápido y excesivo. Y también el “Cuídese, señor. Si viera la cara de enfermo que tiene”.
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“Esta es la segunda vez”, pensó Julio Castel.
“Esta es la segunda vez”, pensó Julio Castel.
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Un ave nocturna chistó.
Un ave nocturna chistó.
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Se acostó, y con la cabeza colocada sobre la almohada que olía a lavanda, a frescura, y el ánimo ya recobrado, se dijo, se mintió, que mañana seguiría leyendo “Madame Bobary”.
El amanecer le llegó de golpe.
Se acostó, y con la cabeza colocada sobre la almohada que olía a lavanda, a frescura, y el ánimo ya recobrado, se dijo, se mintió, que mañana seguiría leyendo “Madame Bobary”.
El amanecer le llegó de golpe.
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El libro, que estaba con las páginas abiertas sobre el piso, le pareció un insecto, una araña, algún ciempiés desembascarado. Llamó a Juliana, que ya tenía preparado otro té de manzanilla y un vaso de agua, por si las moscas, y le pidió que se lo llevara lejos y lo enterrara.
El libro, que estaba con las páginas abiertas sobre el piso, le pareció un insecto, una araña, algún ciempiés desembascarado. Llamó a Juliana, que ya tenía preparado otro té de manzanilla y un vaso de agua, por si las moscas, y le pidió que se lo llevara lejos y lo enterrara.
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Ninguna objeción.
Ninguna objeción.
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Ningún comentario.
Ningún comentario.
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El patrón era normal, pero tenía la cabeza al revés.
El patrón era normal, pero tenía la cabeza al revés.
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Nunca más finales tristes. Nunca más ella, con los ojos caminados por la sombra de la muerte, perdiéndose en la distancia, y él observando, sin poder hacer nada, desaparecer el carruaje con el objeto de su pasión adentro. O él (otro él, otro personaje), enfermo de celos, decidido a disparar su revolver contra ella, quien intentaba, con el rostro pálido, explicarle que el hombre solamente había venido a su cuarto, interesado en su catálogo de mariposas (o algo así, o mejor, una excusa más creíble), pensó Julio Castel.
Nunca más finales tristes. Nunca más ella, con los ojos caminados por la sombra de la muerte, perdiéndose en la distancia, y él observando, sin poder hacer nada, desaparecer el carruaje con el objeto de su pasión adentro. O él (otro él, otro personaje), enfermo de celos, decidido a disparar su revolver contra ella, quien intentaba, con el rostro pálido, explicarle que el hombre solamente había venido a su cuarto, interesado en su catálogo de mariposas (o algo así, o mejor, una excusa más creíble), pensó Julio Castel.
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Siguió leyendo libros. Cinco, seis. A Juliana siempre le había parecido rara la gente que leía.
Siguió leyendo libros. Cinco, seis. A Juliana siempre le había parecido rara la gente que leía.
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Cortaba la lectura en donde se le antojaba. Y luego se iba a silbar y mirar a los canarios en su jaula; así le venía la sensación de que daba un poco de claridad y libertad a las aves.
Cortaba la lectura en donde se le antojaba. Y luego se iba a silbar y mirar a los canarios en su jaula; así le venía la sensación de que daba un poco de claridad y libertad a las aves.
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Margarita Pineda, su vecina, le pasó por sobre la muralla un libro, una tarde.
Margarita Pineda, su vecina, le pasó por sobre la muralla un libro, una tarde.
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“Te gustará. Lástima el final. Yo no sé qué es eso de que la gente venga a morir al terminar la lectura. Manga de amargados, los escritores. ¿Verdad, Julio?”, dijo.
“Te gustará. Lástima el final. Yo no sé qué es eso de que la gente venga a morir al terminar la lectura. Manga de amargados, los escritores. ¿Verdad, Julio?”, dijo.
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Al día siguiente, después de volver de la oficina, corrió las cortinas, y se sentó en el lugar de siempre, para leer la novela prestada.
Al día siguiente, después de volver de la oficina, corrió las cortinas, y se sentó en el lugar de siempre, para leer la novela prestada.
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Las palabras, las frases, las sugerencias, el ambiente mal iluminado del bar donde un joven pecoso (era el personaje central) estaba terminando de beber su cerveza, las risas que llegaban desde las mesas donde los hombres intercambiaban bromas, aún los números de las páginas, apuraban la decisión del joven que se largó del bar, salió a la noche, y, silbando alegremente, se dirigió a la boletería.
Las palabras, las frases, las sugerencias, el ambiente mal iluminado del bar donde un joven pecoso (era el personaje central) estaba terminando de beber su cerveza, las risas que llegaban desde las mesas donde los hombres intercambiaban bromas, aún los números de las páginas, apuraban la decisión del joven que se largó del bar, salió a la noche, y, silbando alegremente, se dirigió a la boletería.
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La vio y quedó deslumbrado. Ella, delgada, hermosa, con su traje celeste, giraba cual trompo sobre la pista de hielo. Y al girar era como si fuera una flor rara que se abría lentamente.
La vio y quedó deslumbrado. Ella, delgada, hermosa, con su traje celeste, giraba cual trompo sobre la pista de hielo. Y al girar era como si fuera una flor rara que se abría lentamente.
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Julio Castel suspiró convencido y cerró definitivamente el libro.
Julio Castel suspiró convencido y cerró definitivamente el libro.
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Algunos días después, Juliana observó embobada, mientras hacía la limpieza de la nueva galería de juguetes de su patrón, aquella bailarina (su tutú era celeste) de una cajita musical. Le daba cuerdas y bailaba, girando sobre sus pies. No. No era tanto la música… Era un no sé qué casi humano, quizás triste en su expresión. Su diminuta expresión de pequeña bailarina.
Algunos días después, Juliana observó embobada, mientras hacía la limpieza de la nueva galería de juguetes de su patrón, aquella bailarina (su tutú era celeste) de una cajita musical. Le daba cuerdas y bailaba, girando sobre sus pies. No. No era tanto la música… Era un no sé qué casi humano, quizás triste en su expresión. Su diminuta expresión de pequeña bailarina.
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Resumen de Madame Bovary
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Si bien la literatura francesa está constituída por numerosos títulos dignos de apreciar, hoy sólo vamos a centrar la información en una de las obras maestras más famosas y controvertidas de esa nación: “Madame Bovary”.
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Esta historia que le llevó a su creador, el escritor francés Gustave Flaubert, más de cuatro años de trabajo comenzó a ser difundida a fines de 1856 en la “Revue de Paris”, donde aparecía por entregas. Por ese entonces, un proceso judicial iniciado hacia el novelista y el editor del libro por supuesto contenido inmoral y ofensivo hacia la religión y la sociedad hizo que se generara un escándalo en torno a este relato.
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Pese a la reacción de sus opositores, la causa iniciada hacia Flaubert no sólo no logró frenar la circulación de la obra, sino que tuvo el efecto contrario: acrecentó su popularidad a nivel mundial y no pudo destruir al escritor, quien resultó absuelto. Para 1857, esta novela protagonizada por Emma Bovary ya tenía forma de libro, su fama iba en aumento y su creador era una figura que no pasaba desapercibida.
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Ahora que sabemos qué tipo de acogida tuvo “Madame Bovary”, resulta interesante intentar descubrir cuál fue el motivo de semejante conmoción y, para ello, nada mejor que recurrir a su argumento.
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Esta propuesta literaria que tuvo sus merecidas adaptaciones cinematográficas deja al descubierto la vida de Emma, una muchacha que, decidida a salir de la granja paterna, acepta casarse con Carlos Bovary, un médico rural.
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Al cabo de unos años, la protagonista toma conciencia de que su esposo, un ser mediocre, está lejos de ser el príncipe azul y que su matrimonio no es como ella lo había soñado.
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A partir de entonces, ella entabla una amistad platónica con un joven abogado llamado León Dupuis, quien deja de ser importante en la vida de Emma apenas aparece en escena el poderoso y adinerado Rodolfo Boulanger. Confundida por estos dos personajes y atormentada por la idea de quedar en evidencia ante su marido, la mujer decide ponerle punto final a su vida.
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